
Paulo Freire decía -con palabras más sabias- que quienes quieran cambiar el mundo no han de limitarse a denunciar lo que está mal en éste, sino que han de anunciar otro mundo posible. Denunciar y anunciar, ambas acciones son necesarias, porque la denuncia sin solución, sin salida… solo genera desesperanza, frustración, ira… Y el anuncio de un mundo mejor sin denuncia, sin cuestionar éste en que vivimos, es demagogia.
Son tiempos de cambios y transformaciones profundas que afectan a todo el planeta. No necesitamos más pruebas de ello. ¿Quién se atreve a hacer vaticinios de cómo será el mundo dentro de 15 años? Seguramente, en los libros de historia (o su equivalente futuro) este tiempo será señalado como uno de esos parteaguas que marcan un cambio de época, e incluso un cambio de era.
Todo es incierto. Y eso se nota en el ánimo de la gente corriente, en nuestro entorno de relaciones, amistades y familia predomina la incertidumbre, el miedo y también el cabreo, la ira… Aunque sirva de escaso consuelo, cabe afirmar que el desconcierto que nos agobia es normal. En la Historia, y hasta en la Prehistoria, nunca fueron fáciles los cambios de era (que se lo digan a los dinosaurios), siempre fueron tiempos convulsos.
Podemos suponer que en el futuro cercano habrá dolor y sufrimiento. Lo sabemos, porque YA hay mucho dolor y sufrimiento para muchos millones de personas (que se lo digan a los miles de personas que mueren huyendo de África), y la cifra de la desigualdad, lejos de disminuir, crece cada día.
No, los años venideros no serán de vino y rosas. Muchos de los problemas que hoy nos agobian (guerra, cambio climático, escasez de recursos, hambrunas, regreso de los fascismos…), lejos de aliviarse, se acentuarán. Serán tiempos oscuros especialmente para quienes son más débiles.